lunes, 19 de agosto de 2013

Apuntes para un análisis de Los jefes de Mario Vargas Llosa

Apuntes para  un análisis de Los jefes de Mario Vargas Llosa. (2012)
ABF.-p

Los Jefes  es conjunto de relatos escritos entre 1953 y 1957 por un joven Vargas Llosa, y publicados en 1959 a los 23 años. Es un volumen que  consta de seis cuentos, de los cua­les, el primero da el título al libro.

El cuento titulado «Los jefes» es el más largo: veintinueve páginas. En longitud menor, continúan en este orden: «Día domingo», 28 pá­ginas; «El hermano menor», 19; «El desafío», 18; «Un visitante», 13; y «El abuelo», 10.

Los cuentos «Los jefes» y «El desafío» están escritos en primera persona (con narrador autodiegético el primero y homodiegético el segundo); los demás, en tercera, (narrador heterodiegético).

Respecto a estos títulos, (paratextos) una primera aproximación: todos ellos aluden de manera directa
-          a los protagonistas : (Los jefes, El Hermano Menor, Un Visitante y El Abuelo),
-          al motivo central: (El Desafío) y 
-          al tiempo  principal del acontecer:  (Día Domingo) de tales relatos.

Forma de titular  que no es la que caracterizará posteriormente las tres obras que todos señalan como las centrales del autor, pues como se sabe La Ciudad y los Perros, la segunda parte del paratexto no alude directamente a perros específicos, sino a los cadetes de primer año del Colegio Leoncio Prado; La Casa Verde no es tal sino un prostíbulo y La Conversación en la Catedral, no ocurre en este lugar sacro sino en un merendero de pobres.


En términos generales podría decirse que el volumen Los Jefes, re­presenta en la obra de Mario Vargas Llosa los fundamentos de una parte importante de su temática, de su visión de mundo y de sus técnicas o estrategias narrativas. El mismo ha dicho en  una entrevista que "Creo que es un libro donde se ve una personalidad en proceso de formarse. Los jefes es un pequeño microcosmos de lo que vendrían a ser el resto de mis libros." 

 Véase al respecto las opiniones del crítico Emir Rodríguez Monegal, en una conversación con el autor:

“Cuando le observo  en el cuento que da título al volumen [Los Jefes] hay una premonición del tema de La Ciudad y los perros,[primera novela publicada de este autor en 1962 y que inaugura el Boom de la narrativa hispanoamericana de los años sesenta] observa Vargas Llosa: ‘Si es posible porque se trata precisamente de estudiantes pero en realidad el cuento está inspirado en un hecho real, una especie de motín estudiantil en el Colegio San Miguel de Piura, una huelga contra el director, que yo viví de cerca. Pero conscientemente, yo  nunca relacioné este cuento con lo que pasa en el Colegio Leoncio Prado en la novela. Probablemente hay cierta semejanza’. Le señalo que hay semejanzas de clima, y también de tensiones subterráneas entre los personajes. Los muchachos en ambos relatos están motivados por un medio que es similar en ambos casos, pero también están marcados por la manera en que el narrador encara el conflicto y presenta a los personajes. Precisamente, al leer La Ciudad y los perros se reconoce (ampliada) la misma capacidad de mostrar las tensiones que suscita la convivencia, esa mira del narrador que busca infatigable en las relaciones que se van tejiendo entre los seres, y que muchas veces van a contrapelo de los vínculos de que ellos mismos son conscientes. En fin, todo ese sistema de relaciones que están por debajo de las más obvias que desarrolla el argumento. Sólo que lo que apenas aparece apuntado en Los Jefes está magníficamente orquestado en La Ciudad  y los perros”[1]

Y también las afirmaciones de otro importante crítico de la narrativa vargallosiana, como es José Emilio Pacheco, quien sobre esta misma situación intertextual expresa:

 “Aunque la historia de casi todo escritor importante es la historia de sus cambios de estilo, el primer libro ya suele contener todos los rasgos que se amplificarán y definirán en lo porvenir. Probablemente ni el autor ni sus comentaristas crean ahora que en Los Jefes esté germinalmente el Vargas Llosa de su madurez. No sólo porque lo más obvio: el raro don de saber contar una historia, sobrevive a todas las limitaciones del aprendizaje, sino también porque allí se insinúan varias líneas que retomará en sus libros futuros:

-          La lucha por la supremacía, por ser ‘el hombre fuerte’ que se imponga al grupo o a la colectividad (en el cuento Los jefes),
-          las leyes intangibles del machismo (El Desafío),
-          el repudio por dividir a los hombres en buenos y malos, así como la visión trágica de la irresponsabilidad (El hermano menor),
-          las presiones que ejerce el  círculo de amigos, la hipocresía, el triunfo que es más perfecto porque se calla (Día Domingo),
-          la traición individual y la venganza solidaria de la pandilla (Un visitante) y
-           el carácter absurdo de la crueldad (El abuelo)” [2]

.

1.- El cuento  que da título al libro, Los Jefes, narrado en primera persona por uno de sus protagonistas, estudiante de enseñanza media, habla de una rebelión estudiantil contra el director del colegio, pero también de la rivalidad de aquel con Lu, un compañero de curso que le ha desbancado en el liderazgo de la banda de los coyotes.

El escenario de  las acciones de este cuento es Piura, como lo demuestran los topónimos propios de esa ciudad que se señalan en la siguiente cita: “La plaza estaba totalmente cubierta. Los estudiantes se mantenían tranquilos, sin discutir. Algunos fumaban. Por la avenida Sánchez Cerro pasaban muchos carros, que disminuían la velocidad al cruzar la plaza Merino.” [3]

Es a esta misma ciudad a la que llega Vargas Llosa,   siendo niño,  ya que al iniciarse el gobierno del presidente José Luis Bustamante y Rivero en 1945, su abuelo (que era pariente del presidente) obtuvo el cargo de prefecto del departamento de Piura, por lo que la familia entera regresó al Perú, desde la ciudad boliviana de Cochabamba. Los tíos de Mario se establecieron en Lima, mientras que Mario y su madre siguieron al abuelo a la ciudad de Piura. Allí Mario continuó sus estudios de primaria en el Colegio Salesiano Don Bosco, cursando el quinto grado.

“Mi primer encuentro con el Salesiano y mis nuevos compañeros de clase no fue nada  bueno. Todos tenían uno o dos años más que yo, pero parecían aún más grandes porque decían palabrotas  y hablaban de porquerías  que nosotros, allá en La Salle, en Cochabamba, ni siquiera sabían que existían. Yo regresaba todas las tardes…a darle mis quejas al tío Lucho, espantado de las lisuras que oía y furioso de que mis compañeros se burlaran de mi manera de hablar serrana y de mis dientes de conejo. Pero poco a poco me fui haciendo de amigos… gracias a los cuales fui adaptándome a las costumbres y a las gentes de aquella ciudad, que dejaría una marca tan fuerte en mi vida”.[4]

Marca que provocará, entonces que parte importante de los acontecimientos de la producción narrativa de Vargas Llosa ocurrirán en dicha ciudad: Por ejemplo, los cuentos Los Jefes y  El Desafío y, por supuesto una de sus obras mayores: La Casa Verde.

2.- En «Los jefes» surge el primer intento de voz colectiva en su producción.

Está narrado en primera persona del singular, con un uso acentuado del plural, utilizado asimismo para sugerir la idea de grupo, de clan:

La tensión se quebró violentamente, como una explosión. Todos estábamos parados: el doctor Abásalo tenía la boca abierta. Enrojecía, apretando los puños. Cuando, recobrándose, levantaba una mano y parecía a punto de lanzar un sermón, el pito sonó de verdad. Salimos corriendo con estrépito, enloquecidos, azuzados por el graznido de cuervo de Amaya, que avanzaba volteando carpetas.
El patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habían salido antes, formaban un gran círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con nosotros, entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases agresivas, más odio. El círculo creció. La indignación era unánime en la Media. (La Primaria tenía un patio pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio. )

Mismo modo narrativo que caracteriza a Julián Huertas, narrador de El Desafío en el incipit [5] de éste: Estábamos bebiendo cerveza, como todos los sábados, cuando en la puerta del "Río Bar” apareció Leonidas; de inmediato notamos en su cara que ocurría algo.

Situación discursiva que será llevada el extremo por el autor en Los Cachorros:

“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fút­bol y estábamos aprendiendo a correr olas, a zambu­llirnos desde el segundo trampolín del Terrazas, y eran traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, vora­ces”

Según José Miguel Oviedo, aquí  “el esfuerzo de Vargas Llosa está dirigido a intentar la narración en todas las personas a la vez hasta disolver los puntos de vista individuales en una sola entidad dramática, en una especie de narrador colectivo que relata en un continuum avasallador. Pero si los personajes se unifican en un gran Nosotros,[igual que en Los Jefes y en El Desafío] ese Nosotros quisiera abrazar también al lector y hacerlo copartícipe[6]

3.- Muy en relación con la colectivización del narrador, que aparece por primera vez –como ya se dijo- en el cuento Los Jefes, en este también  se inaugura la presencia -que después será una constante en la narrativa vargallosiana- del motivo del gregarismo, el que aparecerá asociado casi siempre a la constitución de bandas, pandillas, grupos, clanes,  sobre todo cuando los protagonistas de los relatos son jóvenes:

 “Los coyotes” de Los Jefes (“Salíamos por la puerta de atrás, un cuarto de hora después que la Primaria. Otros lo habían hecho ya, y la mayoría de alumnos se había detenido en la calzada, formando pequeños grupos. Discutían, bromeaban, se empujaban. -Que nadie se quede por aquí -dije. ­¡Conmigo los coyotes! -gritó Lu, orgulloso. Veinte muchachos lo rodearon. -Al Malecón -ordenó-, todos al Malecón. Tomados de los brazos, en una línea que unía las dos aceras, cerramos la marcha los de quinto, obligando a apresurarse a los menos entusiastas a codazos”); reaparecerán en Día Domingo como “los pajarracos”, Miguel, Rubén, el Melanés, Tobías, Francisco, el Escolar (“Después del primer vaso de la nueva tanda, Miguel sintió que los oídos le zumbaban; su cabeza era una lentisima ruleta, todo se movía. -Me hago pis  -dijo-. Voy al baño.  Los pajarracos  rieron. -¿Te rindes?  -preguntó Rubén. -Voy a hacer pis -gritó Miguel-. Si quieres, que traigan más.”); como las bandas del Justo y el Cojo en El Desafío, en fin, Choto, Chingolo, Mañuco, Lalo y Pichula Cuellar en Los Cachorros.

4.- El universo estudiantil de enseñanza media  es el que está presente en Los jefes, más aún, en el cuento el conflicto básico es el de los jóvenes contra el autoritarismo del adulto, representado por un director tiránico, casi siempre caracterizado con rasgos monstruosos y deshumanizados: “Pequeño, amoratado, Ferrufino [ el Director del Colegio] había aparecido al final del pasillo que desembocaba en el patio de recreo. Los pasitos breves y chuecos, como de pato, que lo acercaban interrumpían abusivamente el silencio que había reinado de improviso, sorprendiéndome. […] estaba frente a nosotros: recorría desorbitado los grupos de estudiantes enmudecidos. […]Pasaron algunos segundos de silencio, de sospechosa gravedad, antes de que fuéramos levantando la vista, uno por uno, hacía aquel hombrecito vestido de gris. Estaba con las manos enlazadas sobre el vientre, los pies juntos, quieto. -No quiero saber quién inició este tumulto -recitaba. Un actor: el tono de su voz, pausado, suave, las palabras casi cordiales, su postura de estatua, eran cuidadosamente afectadas. ¨¿Habría estado ensayándose solo, en su despacho?”.

5.- Directores tiránicos  que enfrentados a situaciones conflictivas las resuelven únicamente a través de un violento autoritarismo  y del chantaje.
Véase al respecto la actitud de Ferrufino frente a la justa solicitud de los alumnos: “Sus ojillos nos observaban minuciosamente. Quería aparentar sorna y despreocupación, pero no ignorábamos que su sonrisa era forzada y que en el fondo de ese cuerpo rechoncho había temor y odio. Fruncía y despejaba el ceño, el sudor brotaba a chorros de sus pequeñas manos moradas.  Estaba trémulo:
-¿Saben ustedes cómo se llama esto?  Se llama rebelión, insurrección. ¿Creen ustedes que voy a someterme a los caprichos de unos ociosos?  Las insolencias las aplasto. . .
Bajaba y subía la voz. Lo veía esforzarse por no gritar […]Se había parado. Una mancha gris flotaba en torno de sus manos, apoyadas sobre el vidrio del escritorio. De pronto su voz ascendió, se volvió áspera:
­¡Fuera! Quien vuelva a mencionar los exámenes será castigado.
-Señor director. . .Tampoco nosotros podemos aceptar que nos jalen a todos porque usted quiere que no haya horarios. ¿Por qué quiere que todos saquemos notas bajas?  ¿Por qué. . .? 
Ferrufino se había acercado. Casí lo tocaba con su cuerpo. Lu, pálido, aterrado, continuaba hablando:
-. . . estamos ya cansados. . .
-¡Cállate!
 El director había levantado los brazos y sus puños estrujaban algo.
-¡Cállate! -repitió con ira-. ¡Cállate, animal! ¡Cómo te atreves!”

6.- En el caso de Ferrufino, este también representa la generación dominante, la cual inicia y completa la destrucción de los jóvenes. El mundo de­gradado arranca de los viejos que contamina hacia abajo su encerrona. La solidaridad de los participantes del movimiento estudiantil en «Los jefes» se encuentra minada por el fracaso definitivo de la huelga:
(-Está bien  -dijo León-. Trataremos de ayudarlos. Dénse la mano. Lu levantó el rostro y me miró, apenado. Al sentir su mano entre las mías, la noté suave y delicada, y recordé que era la primera vez que nos saludábamos de ese modo. Dimos media vuelta, caminamos en fila hacía el colegio. Sentí un brazo en el hombro. Era Javier”) se halla minada por el fra­caso de la huelga y el consecuente triunfo del Director que no perderá ,entonces ni un ápice de su autoritarismo perverso.

Luego,  la recién enunciada  disparidad ge­neracional se muestra también como la hostilidad entre los conservadores direc­tores del colegio y los rebeldes estudiantes que piden modificaciones académicas y la  hallamos condensada en unas frases que gritan los estudiantes del  cuento, al referirse al viejo director del cole­gio: «Sabemos que nos odia. No nos entenderemos con él» o entre  el protagonista de El Abuelo, cuya única preocupación en su vejez, parece ser la de aterrorizar a su nieto.

7.- El hecho de que «Los jefes» y «El desafío» estén en primera persona es muy significativo, ya que refleja uno de los más vigorosos focos temáticos de estos cuentos: el machismo.

 Como afirma José Luis Martín, este llamado machismo que aparece en los cuentos, al ser en­focado a través del prisma de los adolescentes que en ellos se muestran con sus individuales problemáticas, es vertido por Vargas Llosa en un diapasón de tempo universal. No se trata del machismo pe­ruano, ni mexicano, ni antillano, ni necesariamente hispanoamerica­no, o de ninguna otra zona del mundo. Es un machismo adolescente universal.

La sicología de estos adolescentes, sus vivencias y sus actuaciones, reflejan al muchacho —así, en abstracto— de todas las latitudes y todos los tiempos, pero sin ser abstracciones los perso­najes en sí. Son seres vivos, de carne y hueso y sangre y alma. Pal­pitaciones existenciales, perfiles y siluetas arrancados de las entrañas humanas. No son individuos nacionales; son universales y las mismas que aparecen también en los cuentos Día Domingo, y en El  Hermano Menor.  

Hay un vigoroso impacto en Los Jefes a la necesidad de la unión para la lucha. La desunión, las rencillas y disensiones arruinan la fuerza del grupo. Uno de los muchachos, León, dice, en la pelea final: «Tenemos que estar unidos» '. Esta final «batalla» entre el arrogante Lu y el narrador protagonista es intensamente dramática, pero se evita la catástrofe, cuando otra vez León ordena: «Dense la mano» . Y el autor añade:

Lu levantó el rostro y me miró, apenado. Al sentir su mano entre las mías, la noté suave y delicada, y recordé que era la primera vez que nos saludábamos de ese modo'.

El heroísmo adolescente de enfrentarse a la autoridad, de desafiar la ley establecida, se transmuta primero en violencia dentro del mis­mo grupo: surge el machismo, prepotente fuerza adolescente que domina el impulso de razonar con el director del colegio. Pasión sobre razón: machismo de adolescencia. Pero hay otro impulso pos­terior que el adolescente no puede rechazar: la amistad, el amor fra­ternal. Por eso el cuento termina con las paces: amistad sobre pa­sión sobre razón.

Dicho de otro modo: Sobre la pasión dominando a la razón, se impone el amor, el amor de hermano. La tesis de que el llamado «malo» (en este cuento representado por el estudiante Lu) puede ser en el fondo «bueno» —o, como dice el autor usando una paráfrasis, que su mano era suave y delicada , y que por primera vez se habían saludado de ese modo, puesto que era el saludo de la amistad verdadera que nunca antes tuvieron—, está palpitante en este cuento.

Machismo que también presidirá los acontecimientos de El desafío y El hermano menor.

8.- Por otra parte,  la condición ambivalente de Lu –su condición de bueno/malo-  resaltada en un párrafo anterior, es demostración de otro rasgo de los personajes de Vargas Llosa que han indicado varios estudiosos, como por ejemplo, Nelson Osorio, quien afirma que en los personajes hay una marcada tendencia a escindirlos en una caracterización jánica, deliberadamente equívoca”[7].

Situación claramente detectable asimismo en, por ejemplo, la caracterización de Justo, uno de los contrincantes en El Desafío, “Desde la puerta del "Río Bar” vi a Justo, solo, sentado en la terraza. Tenía unas zapatillas de jebe y una chompa descolorida que le subía por el cuello hasta las orejas. Visto de perfil, contra la oscuridad de afuera, parecía un niño, una mujer: de ese lado, sus facciones eran delicadas, dulces”. Equivocidad  o androginia  que se verá refrendada en el varonil duelo entre este y el Cojo, que también podría interpretarse como la representación encubierta de un violento contacto homosexual, como se ve en parte del relato del narrador: “De lejos, semiocultos por la oscuridad tibia de la noche, no parecían dos hombres que se aprestaban a pelear […] mientras que Justo ya no se limitaba a avanzar en redondo; a la vez, se acercaba y se alejaba del Cojo agitando la manta, abría y cerraba la guardia, ofrecía su cuerpo y lo negaba, esquivo, ágil tentando y rehuyendo a su contendor como una mujer en celo […]. Uno, dos, tal vez tres segundos estuvimos sin aliento, viendo la figura desmesurada de los combatientes abrazados y escuchamos un ruido breve, el primero que oíamos durante el combate, parecido a un eructo.[…] Con el choque, la noche que nos envolvía se pobló de rugidos desgarradores y profundos que brotaban como chispas de los combatientes. No supimos entonces, no sabremos ya cuánto tiempo estuvieron abrazados en ese poliedro convulsivo.”

La misma condición jánica de los personajes de Vargas Llosa, es detectable también en Leonidas de El Desafío, quien de  sólo aparente testigo de la pugna (“en la puerta del "Río Bar” apareció Leonidas; de inmediato notamos en su cara que ocurría algo. -¿Qué pasa?  -preguntó León. Leonidas arrastró una silla y se sentó junto a nosotros. -Me muero de sed. Le serví un vaso hasta el borde y la espuma rebalsó sobre la mesa. Leonidas sopló lentamente y se quedó mirando, pensativo, cómo estallaban las burbujas. Luego bebió de un trago hasta la última gota. -Justo va a pelear esta noche  -dijo, con una voz rara. Quedamos callados un momento. León bebió, Briceño encendió un cigarrillo. -Me encargó que les avisara -agregó Leonidas.-Quiere que vayan.”) pasa a ser en el desenlace el padre de Justo, (“-No llore, viejo  -dijo León.-No he conocido a nadie tan valiente como su hijo. Se lo digo de veras. Leonidas no contestó. Iba detrás de mí, de modo que yo no podía verlo. A la altura de los primeros ranchos de Castilla, pregunté. -¿Lo llevamos a su casa, don Leonidas? -Sí  -dijo el viejo, precipitadamente, como si no hubiera escuchado lo que le decía.”) [8].

8.- Por otra parte, el personaje que en Los Jefes es nominado Lu, prefigura al del Jaguar, de La Ciudad y los Perros. Confróntese al respecto los siguientes fragmentos de ambas obras:

En la bocacalle que se abría a pocos metros de la puerta trasera del colegio, me detuve en seco. En ese momento era imposible ver: oleadas de uniformes afluían de todos lados y cubrían la calle de gritos y cabezas descubiertas. De pronto, a unos quince pasos, encaramado sobre algo, divisé a Lu. Su cuerpo delgado se destacaba nítidamente en la sombra de la pared que lo sostenía. Estaba arrinconado y descargaba su garrote a todos lados. Entonces, entre el ruido, más poderosa que la de quienes lo insultaban y retrocedían para librarse de sus golpes, escuché su voz:
-¿Quién se acerca?  -gritaba-. ¿Quién se acerca?  […]
Lu tenía la camisa abierta; asomaba su flaco pecho lampino, sudoroso y brillante; un hilillo de sangre le corría por la nariz y los labios. Escupía de cuando en cuando y miraba con odio a los que estaban más próximos. Únicamente él tenía levantado el palo, dispuesto a descargarlo. Los otros lo habían bajado, exhaustos.
-¿Quién se acerca?  Quiero ver la cara de ese valiente (Los jefes)

–¿Usted es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó encima. Y riéndose. Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que todos tenían miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a bautizarme?, qué bien, qué bien. (La Ciudad y los Perros).

9.- También se muestra en Los Jefes la  pugna sempiternamente presente en la sociedad peruana, como es la escisión entre serranos (los habitantes de la sierra, aquellos con raíces indígenas) y costeños (los habitantes de la costa, los poseen raíces europeas, los blanquiñosos).
 
Dependiendo de la focalización del narrador (sea este serrano o costeño) la caracterización de un personaje del otro grupo étnico será visto de manera despectiva, y adquiriendo en cada caso la denominación opuesta, el carácter de insulto.

Tal es el caso cuando el narrador de Los Jefes califica como serrano a la odiada figura del Director del colegio:
El patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habían salido antes, formaban un gran círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con nosotros, entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases agresivas, mas odio. El círculo creció. La indignación era unánime en la Media. (La Primaria tenía un patio pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio. )
 -Quiere fregarnos, el serrano.
-Sí. Maldito sea.

10.- El ya citado Alfredo Matilla apunta –esta vez acertadamente- otras coordenadas de la cuentística que reaparecerán en la narrativa del Nobel:

“La violencia en los dos relatos (Los jefes y Día domigo)  bordea la muerte (sobre todo en Día domingo), no la causa. A partir de La ciudad y los perros ocupará el centro estructural de la obra vargasllosiana. En este libro se señalan implícitamente sus diferentes exteriorizaciones de acuerdo al proletariado o a la clase media: para ésta, la muerte es una conse­cuencia accidental de la lucha; para el proletariado, es el desenlace lógico, ineludible, del encuentro reñido entre dos hombres.
La trai­ción («Un visitante»), o el odio personal («El desafío»), desembocan en la destrucción física de uno o más de los participantes de la confrontación. La riña a puñetazos de los jóvenes burgueses en el río («Los jefes») pasa a ser duelo a cuchilladas a la orilla, también, de un río en («El desafío»). En sus novelas posteriores, la muerte real, o simbólica —como en Los cachorros, en el caso de los amigos de Cuéllar—, irá definiéndose en relación a las clases sociales: son las capas altas las que, a través del brazo de los desposeídos, emplean la violencia para perpetuar la estructura político-social que las ampara.  El úl­timo cuento de esta colección, «El abuelo», plasma la instauración del terror como coordenada de la violencia en la mente de un niño de clase acomodada. Éste, previa incorporación al mundo alienado del adulto, pasará a la adolescencia repitiendo los mitos de los ma­yores. Y es en esta etapa que dará comienzo su degeneración de modo abierto, hasta que el desgaste se haga patente en el linaje”.

11.- La violencia en «El hermano menor» es, en el fondo, un acto gratuito, revelado mediante la iluminación de un dato escondido. Casi al final nos enteramos de que Leonor no había sido violada por el indio, sino que por capricho de niña rica, déspota, lo había acu­sado. El crimen es prerrogativa de los amos. Los indios no tienen salida, aunque huyan. Pero es en «El desafío» donde funciona, por primera vez en su narrativa, el dato escondido como estrategia principal. En la últi­ma página se nos dice que Leónidas era el padre de Justo, uno de los combatientes en el río. El final ilumina todo el contenido del cuento al hacernos repasar el rol del viejo. La muerte de Justo es aún más terrible al resaltarse el estoicismo del padre y su presencia premoni­toria en el duelo.

12.- Según Fernando Moreno,  “la técnica narrativa de Vargas Llosa hace gala de múltiples re­cursos. Es particularmente interesante el hecho, de que no se respete la sucesión temporal: presente y pasado de los personajes alternan constantemente y el lector se ve así inmerso en un continuo vaivén temporal. Puede decirse que la utilización de estas nuevas técnicas posibilita tanto el expresar diversos niveles de reali­dad, como también lograr la eliminación de la distancia entre el lector y el narrador, trasladando al primero directamente a la reali­dad evocada por el libro.

 Característica es, en este sentido, la pers­pectiva múltiple e instantánea que se nos entrega por la incorpora­ción a una misma secuencia narrativa de distintos planos temporales y espaciales”.

Modo narrativo que opera ya en Los jefes, como queda explicitado en el siguiente ejemplo, donde se mezclan momentos del pasado inmediato del narrador con otros más pretéritos:
“Ante nosotros -Lu, Javier, Raygada y yo-, que dábamos la espalda a la baranda y a los interminables arenales que comenzaban en la orilla contraria del cauce, una muchedumbre compacta, extendida a lo largo de toda la cuadra, se mantenía serena, aunque a veces, aisladamente, se escuchaban gritos estridentes.
-¿Quién habla?  –preguntó Javier.
-Yo -propuso Lu, listo para saltar a la baranda.
-No-dije-. Habla tú, Javier.
Lu se contuvo y me miró, pero no estaba enojado.
-Bueno  -dijo; y agregó, encogiendo los hombros-: ¡Total!
 Javier trepó. Con una de sus manos se apoyaba en un árbol encorvado y reseco y con la otra se sostenía de mi cuello. Entre sus piernas, agitadas por un leve temblor que desaparecía a medida que el tono de su voz se hacía convincente y enérgico, veía yo el seco y ardiente cauce del río y pensaba en Lu y en los coyotes. Había sido suficiente apenas un segundo para que pasara a primer lugar; ahora tenía el mando y lo admiraban, a él, ratita amarillenta que no hacía seis meses imploraba mi permiso para entrar en la banda. Un descuido infinitamente pequeño, y luego la sangre, corriendo en abundancia por mi rostro y mi cuello, y mis brazos y piernas inmovilizadas bajo la claridad lunar, incapaces ya de responder a sus puños.
-Te he ganado  -dijo, resollando-. Ahora soy el jefe. Así acordamos.
Ninguna de las sombras estiradas en círculo en la blanda arena, se había movido. Sólo los sapos y los grillos respondían a Lu, que me insultaba. Tendido todavía sobre el cálido suelo, atiné a gritar:
-Me retiro de la banda. Formaré otra, mucho mejor.
Pero yo y Lu y los coyotes que continuaban agazapados en la sombra, sabíamos que no era verdad.
-Me retiro yo también  -dijo Javier.
Me ayudaba a levantarme. Regresamos a la ciudad, y mientras caminábamos por las calles vacías, yo iba limpiándome con el pañuelo de Javier la sangre y las lágrimas.
-Habla tú ahora  -dijo Javier. Había bajado y algunos lo aplaudían.
-Bueno -repuse y subí a la baranda”.

Como se ve, al interior de un diálogo ocurrido a propósito de quién se  dirige a los estudiantes amotinados, el narrador  inserta – en una técnica que algunos llaman caja china-  el momento anterior  en que fue vencido por Lu, dejando de ser el líder de los coyotes. Técnica que es la misma, pero mejorada por Vargas Llosa en sus novelas posteriores como se ve en este ejemplo de Conversación en la Catedral:

Esta misma integración unitaria  de instantes discrónicos diferentes, se realiza además a través del montaje de diálogos ocurridos también  en tiempos distintos, como ocurre en El Desafío:

-¿Cómo fue lo de esta tarde?  Encogió los hombros e hizo un ademán vago.
-Nos encontramos en el "Carro Hundido". Yo que entraba a tomar un trago y me topo cara a cara con el Cojo y su gente. ¿Te das cuenta?  Si no pasa el cura, ahí mismo me degüellan. Se me echaron encima como perros. Como perros rabiosos. Nos separó el cura.
-¿Eres muy hombre?  -gritó el Cojo.
-Más que tú -gritó Justo.
-Quietos, bestias -decía el cura.
-¿En "La Balsa”esta noche entonces?  -gritó el Cojo.
-Bueno  -dijo Justo.
-Eso fue todo. 

Procedimiento que se extrema en Los Cachorros:

Sin embargo ése fue el único tema de conversación en los recreos y en las aulas, y el lunes siguiente cuando, a la salida del Colegio, fueron a visitarlo a la  Clínica Americana, vimos que no tenía nada en la cara ni en las manos. Estaba en un cuartito lindo, hola Cuéllar, paredes blancas y cortinas cremas, ¿ya te sanaste, cumpita?, junto a un jardín con florecitas, pasto y un árbol. Ellos lo estábamos vengando, Cuéllar, en cada recreo pedrada y pedrada contra la jaula de Judas y él bien hecho, prontito no le quedaría un hueso sano al desgraciado, se reía, cuando saliera iríamos al Colegio de noche y entraríamos por los techos, viva el jovencito pam pam, el Águi­la Enmascarada chas chas, y le haríamos ver estre­llas, de buen humor pero flaquito y pálido, a ese perro, como él a mí.



[1] “Madurez de Vargas Llosa”.
[2] “El contagio de la culpa”.
[3]  Vargas Llosa Mario. Los jefes
[4] Vargas Llosa Mario. El pez en el agua.
[5]  Incipit:  inicio del relato, el cual es considerado como el espacio textual en el que se da el montaje de la narración y la programación ideológica de texto. En él se organizan  una serie de códigos cuyo fin último es orientar la lectura.
[6] “LOS CACHORROS': FRAGMENTO DE UNA EXPLORACION TOTAL”

[7] “Apuntes para una lectura de Vargas Llosa”
[8]  Más adelante volveremos sobre esta misma situación para explicar otra de las características fundamentales de la narrativa de Vargas Llosa pesquisables en Los jefes.

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