Apuntes
para un análisis de Los jefes de Mario Vargas Llosa. (2012)
ABF.-p
Los Jefes es
conjunto de relatos escritos entre 1953 y 1957 por un joven Vargas Llosa, y
publicados en 1959 a
los 23 años. Es un volumen que consta de
seis cuentos, de los cuales, el primero da el título al libro.
El cuento titulado «Los jefes» es el
más largo: veintinueve páginas. En longitud menor, continúan en este orden: «Día
domingo», 28 páginas; «El hermano menor», 19; «El desafío»,
18; «Un visitante», 13; y «El abuelo», 10.
Los cuentos «Los jefes» y «El desafío»
están escritos en primera persona (con narrador autodiegético el primero y
homodiegético el segundo); los demás, en tercera, (narrador heterodiegético).
Respecto a estos títulos, (paratextos)
una primera aproximación: todos ellos aluden de manera directa
-
a los
protagonistas : (Los jefes, El Hermano Menor, Un Visitante y El Abuelo),
-
al
motivo central: (El Desafío) y
-
al
tiempo principal del acontecer: (Día Domingo) de tales relatos.
Forma de titular que no es la que caracterizará posteriormente
las tres obras que todos señalan como las centrales del autor, pues como se
sabe La Ciudad
y los Perros, la segunda parte del paratexto no alude directamente a perros
específicos, sino a los cadetes de primer año del Colegio Leoncio Prado; La
Casa Verde no es tal sino
un prostíbulo y La
Conversación en la Catedral , no ocurre en este lugar
sacro sino en un merendero de pobres.
En términos
generales podría decirse que el volumen Los Jefes, representa en la
obra de Mario Vargas Llosa los fundamentos de una parte importante de su
temática, de su visión de mundo y de sus técnicas o estrategias narrativas. El
mismo ha dicho en una entrevista que "Creo que es un libro donde se ve una
personalidad en proceso de formarse. Los
jefes es un pequeño microcosmos de lo que vendrían a ser el resto de mis
libros."
Véase al respecto las opiniones del crítico
Emir Rodríguez Monegal, en una conversación con el autor:
“Cuando le observo en el cuento que da título al volumen [Los Jefes]
hay una premonición del tema de La
Ciudad y los perros,[primera novela publicada de este
autor en 1962 y que inaugura el Boom de la narrativa hispanoamericana de los
años sesenta] observa Vargas Llosa: ‘Si
es posible porque se trata precisamente de estudiantes pero en realidad el
cuento está inspirado en un hecho real, una especie de motín estudiantil en el
Colegio San Miguel de Piura, una huelga contra el director, que yo viví de
cerca. Pero conscientemente, yo nunca relacioné
este cuento con lo que pasa en el Colegio Leoncio Prado en la novela.
Probablemente hay cierta semejanza’. Le señalo que hay semejanzas de clima,
y también de tensiones subterráneas entre los personajes. Los muchachos en
ambos relatos están motivados por un medio que es similar en ambos casos, pero
también están marcados por la manera en que el narrador encara el conflicto y
presenta a los personajes. Precisamente, al leer La Ciudad y los perros se
reconoce (ampliada) la misma capacidad de mostrar las tensiones que suscita la
convivencia, esa mira del narrador que busca infatigable en las relaciones que
se van tejiendo entre los seres, y que muchas veces van a contrapelo de los
vínculos de que ellos mismos son conscientes. En fin, todo ese sistema de
relaciones que están por debajo de las más obvias que desarrolla el argumento.
Sólo que lo que apenas aparece apuntado en Los Jefes está magníficamente
orquestado en La Ciudad y los perros”[1]
Y también las afirmaciones de otro importante
crítico de la narrativa vargallosiana, como es José Emilio Pacheco, quien sobre
esta misma situación intertextual expresa:
“Aunque
la historia de casi todo escritor importante es la historia de sus cambios de
estilo, el primer libro ya suele contener todos los rasgos que se amplificarán
y definirán en lo porvenir. Probablemente ni el autor ni sus comentaristas
crean ahora que en Los Jefes esté germinalmente el Vargas Llosa de su madurez.
No sólo porque lo más obvio: el raro don de saber contar una historia,
sobrevive a todas las limitaciones del aprendizaje, sino también porque allí se
insinúan varias líneas que retomará en sus libros futuros:
-
La
lucha por la supremacía, por ser ‘el hombre fuerte’ que se imponga al grupo o a
la colectividad (en el cuento Los jefes),
-
las
leyes intangibles del machismo (El Desafío),
-
el
repudio por dividir a los hombres en buenos y malos, así como la visión trágica
de la irresponsabilidad (El hermano menor),
-
las
presiones que ejerce el círculo de
amigos, la hipocresía, el triunfo que es más perfecto porque se calla (Día Domingo),
-
la
traición individual y la venganza solidaria de la pandilla (Un visitante) y
-
el
carácter absurdo de la crueldad (El abuelo)” [2]
.
1.- El cuento que da título al
libro, Los Jefes, narrado en primera persona por uno de sus protagonistas, estudiante
de enseñanza media, habla de una rebelión estudiantil contra el director del
colegio, pero también de la rivalidad de aquel con Lu, un compañero de curso
que le ha desbancado en el liderazgo de la banda de los coyotes.
El escenario
de las acciones de este cuento es Piura,
como lo demuestran los topónimos propios de esa ciudad que se señalan en la
siguiente cita: “La plaza estaba
totalmente cubierta. Los estudiantes se mantenían tranquilos, sin discutir.
Algunos fumaban. Por la avenida Sánchez Cerro pasaban muchos carros, que
disminuían la velocidad al cruzar la plaza Merino.” [3]
Es a esta misma
ciudad a la que llega Vargas Llosa,
siendo niño, ya que al iniciarse
el gobierno del presidente José Luis
Bustamante y Rivero en 1945,
su abuelo (que era pariente del presidente) obtuvo el cargo de prefecto del departamento de
Piura, por lo que la familia entera regresó al Perú, desde la ciudad
boliviana de Cochabamba. Los tíos de Mario se establecieron en Lima, mientras
que Mario y su madre siguieron al abuelo a la ciudad de Piura. Allí Mario continuó sus estudios de
primaria en el Colegio Salesiano Don Bosco, cursando el quinto grado.
“Mi primer encuentro con el Salesiano y mis
nuevos compañeros de clase no fue nada
bueno. Todos tenían uno o dos años más que yo, pero parecían aún más
grandes porque decían palabrotas y
hablaban de porquerías que nosotros,
allá en La Salle ,
en Cochabamba, ni siquiera sabían que existían. Yo regresaba todas las tardes…a
darle mis quejas al tío Lucho, espantado de las lisuras que oía y furioso de
que mis compañeros se burlaran de mi manera de hablar serrana y de mis dientes
de conejo. Pero poco a poco me fui haciendo de amigos… gracias a los cuales
fui adaptándome a las costumbres y a las gentes de aquella ciudad, que dejaría
una marca tan fuerte en mi vida”.[4]
Marca que
provocará, entonces que parte importante de los acontecimientos de la
producción narrativa de Vargas Llosa ocurrirán en dicha ciudad: Por ejemplo, los cuentos Los Jefes y El Desafío y, por supuesto una de sus obras
mayores: La Casa Verde.
2.- En «Los jefes» surge el primer intento de voz
colectiva en su producción.
Está narrado en primera persona del singular,
con un uso acentuado del plural, utilizado asimismo para sugerir la idea de
grupo, de clan:
La
tensión se quebró violentamente, como una explosión. Todos estábamos
parados: el doctor Abásalo tenía la boca abierta. Enrojecía, apretando los
puños. Cuando, recobrándose, levantaba una mano y parecía a punto de lanzar un
sermón, el pito sonó de verdad. Salimos corriendo con estrépito,
enloquecidos, azuzados por el graznido de cuervo de Amaya, que avanzaba
volteando carpetas.
El
patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habían salido
antes, formaban un gran círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con
nosotros, entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases
agresivas, más odio. El círculo creció. La indignación era unánime en la Media. (La Primaria tenía un patio
pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio. )
Mismo modo narrativo que caracteriza a Julián
Huertas, narrador de El Desafío en el incipit [5]
de éste: Estábamos bebiendo cerveza, como todos los sábados, cuando en
la puerta del "Río Bar” apareció Leonidas; de inmediato notamos en
su cara que ocurría algo.
Situación discursiva que será llevada el
extremo por el autor en Los Cachorros:
“Todavía llevaban pantalón corto ese año, aún no
fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos
aprendiendo a correr olas, a zambullirnos desde el
segundo trampolín del Terrazas, y eran
traviesos, lampiños, curiosos, muy ágiles, voraces”
Según José Miguel Oviedo, aquí “el
esfuerzo de Vargas Llosa está dirigido a intentar la narración en todas las
personas a la vez hasta disolver los puntos de vista individuales en una sola
entidad dramática, en una especie de narrador colectivo que relata en un
continuum avasallador. Pero si los personajes se unifican en un gran Nosotros,[igual
que en Los Jefes y en El Desafío] ese Nosotros quisiera abrazar también
al lector y hacerlo copartícipe”[6]
3.- Muy en relación con la colectivización
del narrador, que aparece por primera vez –como ya se dijo- en el cuento
Los Jefes, en este también se inaugura
la presencia -que después será una constante en la narrativa vargallosiana- del
motivo del gregarismo, el que aparecerá asociado casi siempre a la
constitución de bandas, pandillas, grupos, clanes, sobre todo cuando los protagonistas de los
relatos son jóvenes:
“Los coyotes” de Los Jefes (“Salíamos por la puerta de atrás, un cuarto
de hora después que la
Primaria. Otros lo habían hecho ya, y la mayoría de alumnos
se había detenido en la calzada, formando pequeños grupos. Discutían,
bromeaban, se empujaban. -Que nadie se quede por aquí -dije. ¡Conmigo los
coyotes! -gritó Lu, orgulloso. Veinte muchachos lo rodearon. -Al Malecón
-ordenó-, todos al Malecón. Tomados de los brazos, en una línea que unía las
dos aceras, cerramos la marcha los de quinto, obligando a apresurarse a los
menos entusiastas a codazos”); reaparecerán en Día Domingo como “los
pajarracos”, Miguel, Rubén, el Melanés, Tobías, Francisco, el Escolar (“Después del primer vaso de la nueva tanda,
Miguel sintió que los oídos le zumbaban; su cabeza era una lentisima ruleta,
todo se movía. -Me hago pis -dijo-. Voy
al baño. Los pajarracos rieron. -¿Te rindes? -preguntó Rubén. -Voy a hacer pis -gritó
Miguel-. Si quieres, que traigan más.”); como las bandas del Justo y el Cojo
en El Desafío, en fin, Choto, Chingolo, Mañuco, Lalo y Pichula Cuellar en Los
Cachorros.
4.- El universo estudiantil de enseñanza media es el que está presente en Los jefes, más
aún, en el cuento el conflicto básico es el de los jóvenes contra el autoritarismo
del adulto, representado por un director tiránico, casi siempre
caracterizado con rasgos monstruosos y deshumanizados: “Pequeño, amoratado, Ferrufino [ el
Director del Colegio] había aparecido al
final del pasillo que desembocaba en el patio de recreo. Los pasitos breves y
chuecos, como de pato, que lo acercaban interrumpían abusivamente el silencio
que había reinado de improviso, sorprendiéndome. […] estaba frente a nosotros:
recorría desorbitado los grupos de estudiantes enmudecidos. […]Pasaron algunos
segundos de silencio, de sospechosa gravedad, antes de que fuéramos levantando
la vista, uno por uno, hacía aquel hombrecito vestido de gris. Estaba con las
manos enlazadas sobre el vientre, los pies juntos, quieto. -No quiero saber
quién inició este tumulto -recitaba. Un actor: el tono de su voz, pausado,
suave, las palabras casi cordiales, su postura de estatua, eran cuidadosamente
afectadas. ¨¿Habría estado ensayándose solo, en su despacho?”.
5.- Directores tiránicos que enfrentados a situaciones conflictivas
las resuelven únicamente a través de un violento autoritarismo y del chantaje.
Véase al respecto la actitud de Ferrufino
frente a la justa solicitud de los alumnos: “Sus ojillos nos observaban minuciosamente. Quería aparentar sorna y despreocupación,
pero no ignorábamos que su sonrisa era forzada y que en el fondo de ese cuerpo
rechoncho había temor y odio. Fruncía y despejaba el ceño, el sudor brotaba a
chorros de sus pequeñas manos moradas.
Estaba trémulo:
-¿Saben
ustedes cómo se llama esto? Se llama
rebelión, insurrección. ¿Creen ustedes que voy a someterme a los caprichos de
unos ociosos? Las insolencias las
aplasto. . .
Bajaba
y subía la voz. Lo veía esforzarse por no gritar […]Se había parado. Una mancha
gris flotaba en torno de sus manos, apoyadas sobre el vidrio del escritorio. De
pronto su voz ascendió, se volvió áspera:
¡Fuera!
Quien vuelva a mencionar los exámenes será castigado.
-Señor
director. . .Tampoco nosotros podemos aceptar que nos jalen a todos porque
usted quiere que no haya horarios. ¿Por qué quiere que todos saquemos notas
bajas? ¿Por qué. . .?
Ferrufino
se había acercado. Casí lo tocaba con su cuerpo. Lu, pálido, aterrado,
continuaba hablando:
-. .
. estamos ya cansados. . .
-¡Cállate!
El director había levantado los brazos y sus
puños estrujaban algo.
-¡Cállate!
-repitió con ira-. ¡Cállate, animal! ¡Cómo te atreves!”
6.- En el caso de Ferrufino, este también representa la generación dominante, la cual inicia
y completa la destrucción de los jóvenes. El mundo degradado arranca de los
viejos que contamina hacia abajo su
encerrona. La solidaridad de los participantes del movimiento estudiantil
en «Los jefes» se encuentra minada por el fracaso definitivo de la huelga:
(-Está
bien -dijo León-. Trataremos de ayudarlos.
Dénse la mano. Lu levantó el rostro y me miró, apenado. Al sentir su mano entre
las mías, la noté suave y delicada, y recordé que era la primera vez que nos
saludábamos de ese modo. Dimos media vuelta, caminamos en fila hacía el
colegio. Sentí un brazo en el hombro. Era Javier”) se halla minada por el fracaso
de la huelga y el consecuente triunfo del Director que no perderá ,entonces ni
un ápice de su autoritarismo perverso.
Luego,
la recién enunciada disparidad generacional se muestra también
como la hostilidad entre los conservadores directores del colegio y los
rebeldes estudiantes que piden modificaciones académicas y la hallamos condensada en unas frases que gritan
los estudiantes del cuento, al referirse
al viejo director del colegio: «Sabemos
que nos odia. No nos entenderemos con él» o entre el protagonista de El Abuelo, cuya única
preocupación en su vejez, parece ser la de aterrorizar a su nieto.
7.- El
hecho de que «Los jefes» y «El desafío» estén en primera persona es muy significativo,
ya que refleja uno de los más vigorosos focos temáticos de estos cuentos: el machismo.
Como
afirma José Luis Martín, este llamado machismo
que aparece en los cuentos, al ser enfocado
a través del prisma de los adolescentes que en ellos se muestran con sus
individuales problemáticas, es vertido por Vargas Llosa en un diapasón de tempo
universal. No se trata del machismo
peruano, ni mexicano, ni antillano, ni necesariamente hispanoamericano, o de
ninguna otra zona del mundo. Es un
machismo adolescente universal.
La sicología de estos adolescentes, sus
vivencias y sus actuaciones, reflejan al muchacho —así, en abstracto— de todas
las latitudes y todos los tiempos, pero sin ser abstracciones los personajes
en sí. Son seres vivos, de carne y hueso y sangre y alma. Palpitaciones
existenciales, perfiles y siluetas arrancados de las entrañas humanas. No son
individuos nacionales; son universales y las mismas que aparecen también en los
cuentos Día Domingo, y en El Hermano
Menor.
Hay un vigoroso impacto en Los Jefes a la
necesidad de la unión para la lucha. La desunión, las rencillas y disensiones
arruinan la fuerza del grupo. Uno de los muchachos, León, dice, en la pelea
final: «Tenemos que estar unidos» '.
Esta final «batalla» entre el arrogante Lu y el narrador protagonista es
intensamente dramática, pero se evita la catástrofe, cuando otra vez León
ordena: «Dense la mano» . Y el autor
añade:
Lu
levantó el rostro y me miró, apenado. Al sentir su mano entre las mías, la noté
suave y delicada, y recordé que era la primera vez que nos saludábamos de ese
modo'.
El
heroísmo adolescente de enfrentarse a la autoridad, de desafiar la ley
establecida, se transmuta primero en violencia dentro del mismo grupo: surge
el machismo, prepotente fuerza adolescente que domina el impulso de razonar con
el director del colegio. Pasión sobre razón: machismo de adolescencia. Pero hay otro
impulso posterior que el adolescente no puede rechazar: la amistad, el amor
fraternal. Por eso el cuento termina con las paces: amistad sobre pasión
sobre razón.
Dicho de otro modo: Sobre la pasión dominando
a la razón, se impone el amor, el amor de hermano. La tesis de que el llamado
«malo» (en este cuento representado por el estudiante Lu) puede ser en el fondo
«bueno» —o, como dice el autor usando una paráfrasis, que su mano era suave y
delicada , y que por primera vez se habían saludado de ese modo, puesto que era
el saludo de la amistad verdadera que nunca antes tuvieron—, está palpitante en
este cuento.
Machismo que también presidirá los
acontecimientos de El desafío y El hermano menor.
8.- Por otra parte, la condición ambivalente de Lu –su condición
de bueno/malo- resaltada en un párrafo
anterior, es demostración de otro rasgo de los personajes de Vargas Llosa que han
indicado varios estudiosos, como por ejemplo, Nelson Osorio, quien afirma que “en
los personajes hay una marcada tendencia a escindirlos en una caracterización
jánica, deliberadamente equívoca”[7].
Situación claramente detectable asimismo en,
por ejemplo, la caracterización de Justo, uno de los contrincantes en El
Desafío, “Desde la puerta del "Río
Bar” vi a Justo, solo, sentado en la terraza. Tenía unas zapatillas de jebe y
una chompa descolorida que le subía por el cuello hasta las orejas. Visto de
perfil, contra la oscuridad de afuera, parecía un niño, una mujer: de ese lado,
sus facciones eran delicadas, dulces”. Equivocidad o androginia
que se verá refrendada en el varonil duelo entre este y el Cojo, que
también podría interpretarse como la representación encubierta de un violento
contacto homosexual, como se ve en parte del relato del narrador: “De lejos, semiocultos por la oscuridad tibia
de la noche, no parecían dos hombres que se aprestaban a pelear […] mientras
que Justo ya no se limitaba a avanzar en redondo; a la vez, se acercaba y se
alejaba del Cojo agitando la manta, abría y cerraba la guardia, ofrecía su
cuerpo y lo negaba, esquivo, ágil tentando y rehuyendo a su contendor como una
mujer en celo […]. Uno, dos, tal vez tres segundos estuvimos sin aliento,
viendo la figura desmesurada de los combatientes abrazados y escuchamos un
ruido breve, el primero que oíamos durante el combate, parecido a un eructo.[…]
Con el choque, la noche que nos envolvía se pobló de rugidos desgarradores y
profundos que brotaban como chispas de los combatientes. No supimos entonces,
no sabremos ya cuánto tiempo estuvieron abrazados en ese poliedro convulsivo.”
La misma condición jánica de los personajes
de Vargas Llosa, es detectable también en Leonidas de El Desafío, quien de sólo aparente testigo de la pugna (“en la puerta del "Río Bar” apareció
Leonidas; de inmediato notamos en su cara que ocurría algo. -¿Qué pasa? -preguntó León. Leonidas arrastró una silla y
se sentó junto a nosotros. -Me muero de sed. Le serví un vaso hasta el borde y
la espuma rebalsó sobre la mesa. Leonidas sopló lentamente y se quedó mirando,
pensativo, cómo estallaban las burbujas. Luego bebió de un trago hasta la
última gota. -Justo va a pelear esta noche
-dijo, con una voz rara. Quedamos callados un momento. León bebió,
Briceño encendió un cigarrillo. -Me encargó que les avisara -agregó
Leonidas.-Quiere que vayan.”) pasa a ser en el desenlace el padre de Justo,
(“-No llore, viejo -dijo León.-No he conocido a nadie tan
valiente como su hijo. Se lo digo de veras. Leonidas no contestó. Iba detrás de
mí, de modo que yo no podía verlo. A la altura de los primeros ranchos de
Castilla, pregunté. -¿Lo llevamos a su casa, don Leonidas? -Sí -dijo el viejo, precipitadamente, como si no
hubiera escuchado lo que le decía.”) [8].
8.- Por
otra parte, el personaje que en Los Jefes es nominado Lu, prefigura al del
Jaguar, de La Ciudad
y los Perros. Confróntese al respecto los siguientes fragmentos de ambas
obras:
En
la bocacalle que se abría a pocos metros de la puerta trasera del colegio, me
detuve en seco. En ese momento era imposible ver: oleadas de uniformes afluían
de todos lados y cubrían la calle de gritos y cabezas descubiertas. De pronto,
a unos quince pasos, encaramado sobre algo, divisé a Lu. Su cuerpo delgado se
destacaba nítidamente en la sombra de la pared que lo sostenía. Estaba
arrinconado y descargaba su garrote a todos lados. Entonces, entre el ruido,
más poderosa que la de quienes lo insultaban y retrocedían para librarse de sus
golpes, escuché su voz:
-¿Quién
se acerca? -gritaba-. ¿Quién se
acerca? […]
Lu
tenía la camisa abierta; asomaba su flaco pecho lampino, sudoroso y brillante;
un hilillo de sangre le corría por la nariz y los labios. Escupía de cuando en
cuando y miraba con odio a los que estaban más próximos. Únicamente él tenía
levantado el palo, dispuesto a descargarlo. Los otros lo habían bajado,
exhaustos.
-¿Quién
se acerca? Quiero ver la cara de ese
valiente (Los jefes)
–¿Usted
es un matón, perro?, le preguntaron. Y entonces, fíjense bien, se les echó
encima. Y riéndose. Les digo que había ahí no sé cuantos, diez o veinte o más
tal vez. Y no podían agarrarlo. Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de
lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la Virgen que todos tenían
miedo, y juro que vi a no sé cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o
con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿así que van a
bautizarme?, qué bien, qué bien. (La Ciudad
y los Perros).
9.- También
se muestra en Los Jefes la pugna
sempiternamente presente en la sociedad peruana, como es la escisión entre
serranos (los habitantes de la sierra, aquellos con raíces indígenas) y
costeños (los habitantes de la costa, los poseen raíces europeas, los
blanquiñosos).
Dependiendo de la focalización del narrador (sea
este serrano o costeño) la caracterización de un personaje del otro grupo
étnico será visto de manera despectiva, y adquiriendo en cada caso la
denominación opuesta, el carácter de insulto.
Tal es el caso cuando el narrador de Los Jefes
califica como serrano a la odiada
figura del Director del colegio:
El
patio estaba sacudido por los gritos. Los de cuarto y tercero habían salido
antes, formaban un gran círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con nosotros,
entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases agresivas, mas odio. El
círculo creció. La indignación era unánime en la Media. (La Primaria tenía un patio
pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio. )
-Quiere fregarnos, el serrano.
-Sí.
Maldito sea.
10.- El ya citado Alfredo Matilla apunta –esta
vez acertadamente- otras coordenadas de la cuentística que reaparecerán en la
narrativa del Nobel:
“La violencia en los dos relatos (Los jefes y Día
domigo) bordea la muerte (sobre
todo en Día domingo), no la causa. A partir de La ciudad y los perros
ocupará el centro estructural de la obra vargasllosiana. En este libro se
señalan implícitamente sus diferentes exteriorizaciones de acuerdo al
proletariado o a la clase media: para ésta, la muerte es una consecuencia
accidental de la lucha; para el proletariado, es el desenlace lógico,
ineludible, del encuentro reñido entre dos hombres.
La traición («Un visitante»), o el odio personal
(«El desafío»), desembocan en la destrucción física de uno o más de los
participantes de la confrontación. La riña a puñetazos de los jóvenes burgueses
en el río («Los jefes») pasa a ser duelo a cuchilladas a la orilla, también, de
un río en («El desafío»). En sus novelas posteriores, la muerte real, o
simbólica —como en Los cachorros, en el caso de los amigos de Cuéllar—, irá
definiéndose en relación a las clases sociales: son las capas altas las que, a
través del brazo de los desposeídos, emplean la violencia para perpetuar la
estructura político-social que las ampara.
El último cuento de esta colección, «El abuelo», plasma la instauración
del terror como coordenada de la violencia en la mente de un niño de clase
acomodada. Éste, previa incorporación al mundo alienado del adulto, pasará a la
adolescencia repitiendo los mitos de los mayores. Y es en esta etapa que dará
comienzo su degeneración de modo abierto, hasta que el desgaste se haga patente
en el linaje”.
11.- La violencia en «El hermano menor» es, en el fondo, un acto gratuito, revelado
mediante la iluminación de un dato
escondido. Casi al final nos enteramos de que Leonor no había sido violada
por el indio, sino que por capricho de niña rica, déspota, lo había acusado.
El crimen es prerrogativa de los amos. Los indios no tienen salida, aunque
huyan. Pero es en «El desafío» donde
funciona, por primera vez en su narrativa, el dato escondido como estrategia
principal. En la última página se nos dice que Leónidas era el padre de
Justo, uno de los combatientes en el río. El final ilumina todo el contenido
del cuento al hacernos repasar el rol del viejo. La muerte de Justo es aún más
terrible al resaltarse el estoicismo del padre y su presencia premonitoria en
el duelo.
12.- Según Fernando Moreno, “la
técnica narrativa de Vargas Llosa hace gala de múltiples recursos. Es
particularmente interesante el hecho, de
que no se respete la sucesión temporal: presente y pasado de los personajes
alternan constantemente y el lector se ve así inmerso en un continuo vaivén
temporal. Puede decirse que la utilización de estas nuevas técnicas
posibilita tanto el expresar diversos niveles de realidad, como también lograr
la eliminación de la distancia entre el lector y el narrador, trasladando al
primero directamente a la realidad evocada por el libro.
Característica
es, en este sentido, la perspectiva múltiple e instantánea que se nos entrega
por la incorporación a una misma secuencia narrativa de distintos planos
temporales y espaciales”.
Modo narrativo que opera ya en Los jefes,
como queda explicitado en el siguiente ejemplo, donde se mezclan momentos del
pasado inmediato del narrador con otros más pretéritos:
“Ante
nosotros -Lu, Javier, Raygada y yo-, que dábamos la espalda a la baranda y a
los interminables arenales que comenzaban en la orilla contraria del cauce, una
muchedumbre compacta, extendida a lo largo de toda la cuadra, se mantenía
serena, aunque a veces, aisladamente, se escuchaban gritos estridentes.
-¿Quién
habla? –preguntó Javier.
-Yo
-propuso Lu, listo para saltar a la baranda.
-No-dije-.
Habla tú, Javier.
Lu
se contuvo y me miró, pero no estaba enojado.
-Bueno -dijo; y agregó, encogiendo los hombros-:
¡Total!
Javier trepó. Con una de sus manos se apoyaba
en un árbol encorvado y reseco y con la otra se sostenía de mi cuello. Entre
sus piernas, agitadas por un leve temblor que desaparecía a medida que el tono
de su voz se hacía convincente y enérgico, veía yo el seco y ardiente cauce del
río y pensaba en Lu y en los coyotes. Había sido suficiente apenas un segundo
para que pasara a primer lugar; ahora tenía el mando y lo admiraban, a él,
ratita amarillenta que no hacía seis meses imploraba mi permiso para entrar en
la banda. Un descuido infinitamente pequeño, y luego la sangre, corriendo en
abundancia por mi rostro y mi cuello, y mis brazos y piernas inmovilizadas bajo
la claridad lunar, incapaces ya de responder a sus puños.
-Te
he ganado -dijo, resollando-. Ahora soy
el jefe. Así acordamos.
Ninguna
de las sombras estiradas en círculo en la blanda arena, se había movido. Sólo
los sapos y los grillos respondían a Lu, que me insultaba. Tendido todavía
sobre el cálido suelo, atiné a gritar:
-Me
retiro de la banda. Formaré otra, mucho mejor.
Pero
yo y Lu y los coyotes que continuaban agazapados en la sombra, sabíamos que no
era verdad.
-Me
retiro yo también -dijo Javier.
Me
ayudaba a levantarme. Regresamos a la ciudad, y mientras caminábamos por las
calles vacías, yo iba limpiándome con el pañuelo de Javier la sangre y las
lágrimas.
-Habla
tú ahora -dijo Javier. Había bajado y
algunos lo aplaudían.
-Bueno
-repuse y subí a la baranda”.
Como se ve, al interior de un diálogo
ocurrido a propósito de quién se dirige
a los estudiantes amotinados, el narrador
inserta – en una técnica que algunos llaman caja china- el momento
anterior en que fue vencido por Lu,
dejando de ser el líder de los coyotes. Técnica que es la misma, pero mejorada
por Vargas Llosa en sus novelas posteriores como se ve en este ejemplo de
Conversación en la Catedral :
Esta misma integración unitaria de instantes discrónicos diferentes, se
realiza además a través del montaje de diálogos ocurridos también en tiempos distintos, como ocurre en El
Desafío:
-¿Cómo
fue lo de esta tarde? Encogió los
hombros e hizo un ademán vago.
-Nos
encontramos en el "Carro Hundido". Yo que entraba a tomar un trago y
me topo cara a cara con el Cojo y su gente. ¿Te das cuenta? Si no pasa el cura, ahí mismo me degüellan.
Se me echaron encima como perros. Como perros rabiosos. Nos separó el cura.
-¿Eres
muy hombre? -gritó el Cojo.
-Más
que tú -gritó Justo.
-Quietos,
bestias -decía el cura.
-¿En
"La Balsa ”esta
noche entonces? -gritó el Cojo.
-Bueno -dijo Justo.
-Eso
fue todo.
Procedimiento
que se extrema en Los Cachorros:
Sin embargo ése fue el único tema de conversación
en los recreos y en las aulas, y el lunes siguiente cuando, a la salida del
Colegio, fueron a visitarlo a la Clínica Americana , vimos que no tenía nada en la cara ni en las manos. Estaba en
un cuartito lindo, hola Cuéllar, paredes blancas y cortinas cremas, ¿ya te
sanaste, cumpita?, junto a un jardín con florecitas, pasto y un árbol. Ellos lo
estábamos vengando, Cuéllar, en cada recreo pedrada y pedrada contra la jaula
de Judas y él bien hecho, prontito no le quedaría un hueso sano al desgraciado,
se reía, cuando saliera iríamos al Colegio de noche y entraríamos por los
techos, viva el jovencito pam pam, el Águila Enmascarada chas chas,
y le haríamos ver estrellas, de buen humor pero flaquito y pálido, a ese
perro, como él a mí.
[1] “Madurez de Vargas Llosa”.
[2] “El contagio de la culpa”.
[5] Incipit: inicio del relato, el cual es considerado
como el espacio textual en el que se da el montaje de la narración y la
programación ideológica de texto. En él se organizan una serie de códigos cuyo fin último es
orientar la lectura.
[6] “LOS CACHORROS': FRAGMENTO DE UNA EXPLORACION TOTAL”
[8] Más adelante volveremos sobre esta misma
situación para explicar otra de las características fundamentales de la
narrativa de Vargas Llosa pesquisables en Los jefes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario