Sostiene PereIra de Antonio Tabucchi, una novela política
Alberto Giordano
La última novela del narrador argentino Luis Gusmán, Villa, cuenta cómo alguien, un oscuro médico, llega a convertirse en cómplice y en ejecutor de algunos de los crímenes planificados por el terrorismo de Estado en las vísperas de la última dictadura militar en nuestro país. Sostiene Pereira, la última novela de Antonio Tabucchi publicada en castellano, cuenta cómo alguien, un viejo periodista, llega a convertirse en un héroe --mínimo, discreto, pero eficaz-- de la resistencia democrática contra la dictadura de Salazar, en Lisboa, a fines de la década del '30. Estas dos novelas tienen el mérito extraordinario, inusual y oportuno, de sortear las facilidades de la moral para constituirse en novelas políticas: novelas que se dan como tema un suceso político y que lo tratan, narrativamente, desde una perspectiva política. Ni la transformación abominable de Villa, que termina adhiriendo, sin voluntad, mansamente, a un proyecto de aniquilación generalizada; ni el rapto de coraje y de astucia gracias al cual Pereira consigue burlar la censura para vindicar, a un mismo tiempo, su profesión y la memoria entrañable de un joven amigo; ninguno de estos sucesos está contado en los términos de una conversión moral, según el mito de la "toma de conciencia" como condición para el cambio, sino en una forma eminentemente política (es decir, tal como se plantean, se sostienen y se transforman, para los individuos, las relaciones de poder que les conciernen). Villa y Pereira llegan a donde nunca hubiesen imaginado sin necesidad de pasar por un intervalo reflexivo, sin que hayan tenido que asumir un compromiso con la causa del fascismo y la barbarie, uno, con la defensa de la dignidad humana, el otro. En condiciones de violencia social y de miseria ética, y gracias a algunos encuentros inesperados con ciertas personas, Villa y Pereira inventan sus
1 Publicado en el Suplemento Cultural de La Capital, Rosario, 18 de febrero de 1996.
destinos éticos gracias a la perseverancia y la potenciación de sus hábitos, sus prácticas y sus creencias más íntimas, más singulares. Las novelas de Gusmán y de Tabucchi parecen querer decirnos que la necesidad social condicionan las experiencias políticas y las afirmaciones éticas de los individuos, pero que, en el límite de su acontecer, esas experiencias y afirmaciones exceden el horizonte y las ocasiones que las condicionan: ni se dejan explicar sólo por ellas, ni responden únicamente a ellas. Villa y Sostiene Pereira nos hacen pensar en el poder, imperceptible pero extremadamente eficaz, que ejercen las "rarezas de espíritu", las convicciones más arcaicas, esas fuerzas que atraviesan secretamente a los individuos, en las formas en que éstos se someten y resisten a los poderes instituídos. (Simultáneamente, estas novelas nos hacen pensar que tal vez el más insignificante de nuestros hábitos, o que la más individual y caprichosa de nuestras obsesiones, puedan tener, inmediatamente, un valor político.)
Sostiene Pereira es, tal como lo indica su subtítulo, la narración de "un testimonio". Alguien, un "inaprensible alguien", transcribe el relato en el que Pereira cuenta sus días como director de la página cultural del Lisboa, un diario católico que apoyaba abiertamente la sangrienta dictadura de Salazar. Como en todo relato que se realiza de acuerdo con las exigencias de la literatura (que es un arte de los sentidos indirectos, del desvío y la suspensión del sentido), en el testimonio de Pereira importa tanto lo que se dice explícitamente (los hechos que se cuentan y sus motivaciones), como lo que se entredice sin saber (lo desconocido envuelto en esos hechos y en esas motivaciones), como lo que deliberadamente se reserva (con el paso de los años, quizá nada recordaremos tanto de esta novela como aquello de lo que nada pudimos saber: el contenido de los sueños felices y de los recuerdos de infancia que, cada vez con mayor insistencia, ganaban la conciencia de Pereira en aquellos días innolvidables y terribles, y que, por decisión del propio Pereira, no debían constar en su testimonio porque no venían al caso. ¿Pero de dónde venían y por qué? Como una substancia milagrosa, el vacío de representación conservará intacto el poder de atracción de esas imágenes felices, de una felicidad
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irrepresentable).
Pereira es un hombre solo, viudo y sin hijos, entrado en años y en carne. Un hombre de hábitos (las "homelettes" a las finas hierbas, los vasos de limonada llenos hasta la mitad de azúcar, los paseos por Lisboa) y de pasiones (la literatura francesa del siglo pasado y la que escribieron algunos autores católicos de la entreguerra, que él traduce, con una aplicación conmovedora, para su página del diario). Pereira es un hombre fiel, que da pruebas cada día (porque cada día tiene algo para contarle al retrato de su esposa) de un amor constante más allá de la muerte. Es un católico inusual, porque no se adhiere cómodamente a sus creencia sino que se ocupa de sostenerlas, y lo hace del único modo posible: atreviéndose a dudar. Acaso por su edad, o por su cardiopatía, o porque, aunque pretenda mantenerse indiferente, se ha vuelto sensible al aire de su tiempo (los fantasma y las realidades del fascismo recorriendo Europa), Pereira es un hombre obsesionado por la muerte. La fuerza de esa obsesión impulsará su encuentro con un joven revolucionario, Monteiro Rossi, autor apócrifo de una tesis sobre la muerte, al que Pereira le ofrecerá el trabajo de escribir, por anticipado, para tenerlas disponibles llegada la ocasión, las necrológicas de los principales escritores contemporáneos.
Ese es el comienzo, que sabemos se vino preparando desde un tiempo inmemorial pero que podría no haber ocurrido, de la amistad de Pereira con un joven que le recuerda al hijo que nunca tuvo, que le recuerda la ambición de futuro de su propia juventud. Pereira llegará a ser, para este húrfano del mundo, de la solidaridad, de la justicia, para este hijo de sus convicciones y de su valor, un padre. Protector; interesado, con cierta distancia, por lo que a él le interesa; un poco receloso de sus amores femeninos (Marta, la "compañera" de Monteiro Rossi, le resulta a Pereira demasiado audaz, demasiado enérgica, demasiado decidida: como suelen resultar para los espíritus conservadores las mujeres que "abrazan" una causa).
Sostiene Pereira en una novela de aprendizaje de un tipo muy particular (a este mismo
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tipo pertenece Cae la noche tropical de Manuel Puig). En estas novelas el héroe no es un joven que, por el cumplimiento de diversas peripecias, va aprendiendo lo que es vivir de acuerdo a determinadas expectativas sociales, sino alguien que, en la proximidad de la muerte, cuando todas las expectativas parecen clausuradas y no queda más tiempo que el de la repetición y el cansancio, descubre un nuevo sentido de la vida. Por el encuentro tardío, pero justo a tiempo, con ese hijo al que no le dio ni podrá salvarle la vida; por ese encuentro que aumentará su poder de actuar de acuerdo con su amor y con sus convicciones, Pereira se decidirá a correr riesgos cada vez mayores: los que van de publicar la traducción de un cuento con un pasaje sospechoso para la censura a proteger en su casa a un prófugo político. En cada uno de estos actos podemos leer las huellas del aprendizaje de Pereira, los ecos del mandato que el padre heredó de su hijo: desear, contra todo, el triunfo de las fuerzas renovadoras de la vida.
(Sostiene Pereira. Un testimonio. Barcelona, Ed. Anagrama, 1995)
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